La obra Por el derecho de vivir en mi patria (2022), de la artista Bélgica Castro Fuentes, es parte de la exposición Las ideas felices son así, curada colectivamente por el equipo MSSA. Hoy te contamos más de su historia y te compartimos la carta que acompaña la obra.
Por el derecho de vivir en mi patria (2022), de Bélgica Castro Fuentes, es un testimonio autobiográfico de su detención en el sur de Chile durante la dictadura. La artista fue parte de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos durante ese período y junto a muchas mujeres se dedicó a crear arpilleras como parte de la búsqueda incesante de su marido desaparecido Raúl San Martín Barrera. Así, utilizó el arte para expresar su búsqueda incesante de justicia y verdad como un acto de memoria y resistencia.
El proceso de realización de esta arpillera fue también para develar ese relato por primera vez a sus nietos en Suecia, país donde se exilió con sus dos hijas y reside en la actualidad, detallando en cada puntada un pasaje de su historia en dictadura.
Junto a la obra se exhibe la carta La vida, un espiral, donde Bélgica relata los acontecimientos que vivió.
A continuación puedes leer la carta completa:
La vida, un espiral
Por fin decidió la abuela contarles a sus nietos del porqué la familia vivía en otro país tan lejano, cerca del Polo Norte.
La abuela en la época temprana de su vida había intentado formar una familia con un joven guerrero llamado Raúl, quien junto a muchas personas luchaba por un mundo mejor, pero a su país llamado Chile llegaron soldados vestidos de verde destruyéndolo todo. Entonces a la abuela le borraron su entorno y se quedó sola buscando su joven amor. En el camino se juntó con otras mujeres que también buscaban a sus familiares que estaban detenidos desaparecidos, y junto a ellas se organizaron para seguir buscándolos. Pasaron muchos años. De algunos aparecieron solo pedacitos de huesos, de otros nunca se sabrá ya que los lanzaron al fondo del mar.
El esposo de la abuela nunca apareció, fue como que se lo tragó la Tierra.
En esa búsqueda estaba la abuela cuando se unió a un nuevo compañero que también se llama Raúl, es el abuelo de ustedes, de quien se enamoró logrando hacer una linda familia. Es entonces cuando nació la tía Millaray y la mamá de ustedes, Rayén.
Cuando la tía de ustedes tenía 4 años y la mamá de ustedes tenía 2 años, tomaron detenida a la abuela, por andar buscando aún a su primer amor. Una noche la relegaron lejos de su hogar… al sur del mundo.
Ahí la dejaron sola… sin sus hijitas queridas, sin su nuevo amor.
Desde arriba de la montaña la abuela veía como sus compañeras seguían organizándose, buscando información sobre el paradero de sus familiares. Hacían ollas comunes para conseguir alimento y, junto a las pobladoras, ayudaban también en las tomas de terreno.
La abuela podía caminar diariamente solo 8 kilómetros por la orilla del lago, un enorme charco de agua rodeado por los volcanes. Los animales la acompañaban en ese triste circular diario. A veces pudo montar el burro contemplando las araucarias y en la lejanía el puma, que observaba sigiloso.
Acostumbraba a dibujarles cartas a las niñas con los animalitos que habitaban ese hermoso paisaje.
Las niñas y el abuelo un hermoso día de sol, decidieron viajar en tren para llegar de visita donde la abuela residía. Recorrieron lindos campos y bosques…fue un viaje de muchos kilómetros hasta el hermoso encuentro que aún recuerdo.
Estuvieron juntos toda una semana, donde jugaron con los animalitos y bichitos que habitaban el lugar. Por las mañanas podían recolectar los huevitos que las gallinitas ponían día a día, aprovechándolos de alimento. Les encantaban los caracolitos que dejaban huellas en el camino, sacando los cachitos al sol. Se dormían en las noches enrolladas en mis brazos.
En eso estaba la abuela bordando este relato en Suecia cuando los nietos se pusieron a jugar con los trapos de la abuela que estaban tirados por toda la sala. Comenzaron a crear sus propios personajes, dibujaron un gato amarillo con enormes ojos y un gran robot vigilante poniéndolo arriba del árbol. Apareció el cartero repartiendo cartas que se convertían en palomas de la Paz, la cocinerita junto al gran fogón… y el mas chiquitito llegó con el canto de sirena avisando que venía una gran tormenta.
Así fue que terminó la abuela este relato textil con el corazón dolido.